Presidente Roca, la escuela que parece un templo y es anterior al teatro Colón.
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Anteriormente, el terreno fue un triste albergue de mendigos, más tarde sede del Batallón del Regimiento 1 de Infantería, luego cuartel del cuerpo de bomberos y hasta lugar de diversión cuando llegaba a estas costas el famoso circo italiano Chiarini, allá por 1869.
Mucho después, aunque hace 121 años, se daba la primera clase en la Escuela Primaria N° 7 (luego llamada Presidente Roca), en calle Libertad 581, frente a Plaza Lavalle, la cual formó parte del plan del Consejo Nacional de Educación de 1899 que proyectó las llamadas “escuelas palacio” y “escuelas templo” pensadas por Sarmiento para educar al soberano de manera pública, gratuita y laica en ámbitos magníficos y lujosos.
Los planos se aprobaron en 1901 y en octubre de 1903, el presidente Julio Argentino Roca visitó las obras en compañía de los miembros del Consejo y del autor, el prolífico arquitecto e ingeniero militar italiano Carlo Morra Manhes (1854-1926), quien descendía de una familia noble de antigua tradición y se afincó en la Argentina en 1881. La construcción estuvo a cargo de la empresa Félix R. Rojas y Compañía.
El edificio escolar se inauguró el 15 de noviembre de 1903 con la presencia del primer mandatario y al año siguiente, el 14 de abril, ingresaron los primeros alumnos. Aún se estaba construyendo al lado (separado por la calle Tucumán) el reino del bell canto: el Teatro Colón, que abrió sus puertas en 1908.
Declarado Monumento Histórico Nacional en 2017, el imponente colegio de 4.207 m2 de superficie incluyó aulas espaciosas con amplios ventanales que regaran de luz y ventilación, acústica excelente, patios abiertos y uno cubierto, jardín al fondo, biblioteca, talleres, coloridos techos en un contexto neoclásico italianizante y una terraza con rejas termales romanas (barandas que esperan una restauración para poder usar esa azotea en los recreos).
En lo exterior, lo espectacular es simétrico: una altísima fachada impresionante con cuatro principales columnas jónicas de granito de Tandil de una sola pieza que fueron esculpidas en un obrador instalado al pie de la obra en la Plaza Lavalle. Para ubicarlas se apeló a un sólido andamio y una grúa a vapor ya que pesaban 19 toneladas y medían 8,30 m de alto.
Otro aspecto sobresaliente es el frontis con seis esculturas (cuyas imágenes no han sido identificadas) creadas por el escultor italiano Giovanni Arduino (el mismo artista de la fuente con delfines de Barrancas de Belgrano). Son apreciables además los variados ornamentos, faroles, verjas de doble cruz en hierro forjado...
Dentro de la misma sintonía estética están también las inscripciones a la vista de los transeúntes y escritas en latín que fueron seleccionadas por el intelectual francés radicado en la Argentina Paul Groussac: “Liber liberat” (el libro libera) y “Spiritus litteram vivificat” (el espíritu da vida a la letra).
Implantar la igualdad de oportunidades
La idea era proporcionar un contexto estructural que enriqueciera y homogeneizara al diversificado alumnado compuesto por alumnos varones humildes, o de clase media, o ricos, argentinos, o hijos de extranjeros en tiempos de creciente llegada de europeos que escapaban del hambre y la desocupación. Había que formar ciudadanos argentinos y acompañar el ascenso social.
Desde otro ángulo, la excelencia del palacio era tanta que ese mismo año se utilizó el edificio para un homenaje a Francia con la asistencia del embajador galo y de un ministro arribado al país. Asimismo, un año después, se desarrolló el evento de cierre del trascendental Primer Congreso Femenino Internacional, a instancia de la prestigiosa médica y política ítalo argentina Julieta Lanteri (una arteria de Puerto Madero la honra).
El cursado primero fue solo para varones y se hizo mixta en la década del 70. Actualmente, con prescolar de 4 y 5 años y primaria de jornada completa, recibe a 320 alumnos, de los cuales un 50% proviene de vecindarios populares de Retiro, en tanto que el 30% de los alumnos son principalmente venezolanos, paraguayos, rusos y bolivianos.
Desde luego, como suele ocurrir en edificios antiguos, hay anécdotas esotéricas. Norma Pastrana, la casera desde 1986, que se considera “enferma de la limpieza” contó apasionada: “Un día, a las doce de la noche estaba haciendo mis tareas en el primer piso, no había nadie y de repente una voz me dijo ‘¡basta de limpiar!’. Así como estaba vestida, con botas y todo, me metí en la cama, aterrada”.
Hace más de un siglo, Roca dijo: “Los niños al pasar los umbrales de estos magníficos monumentos serán iguales a los ciudadanos más dignos de la Nación”. Y la historia continúa. La altiva y añosa palmera del jardín interno es testigo.